Su nuevo libro es un conjunto de textos que indagan en las vacilaciones de los científicos, la amenaza de las seudociencias o la falibilidad de los experimentos.
por Julieta Grosso
La ciencia no tiene su punto de partida en un laboratorio impoluto sino en los pequeños enigmas y constataciones que surgen de la vida cotidiana y son el disparador de grandes descubrimientos, tal como plantea Diego Golombek en “La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas“.
Su nuevo libro es un conjunto de textos que indagan en las vacilaciones de los científicos, la amenaza de las seudociencias o la falibilidad de los experimentos con la prosa ágil y envolvente que es su marca de estilo.
El biólogo e investigador recorre en este texto algunos de los principales mitos que circulan sobre el rol del científico, y aborda también los modos en que el cerebro construye las percepciones y las creencias.
– A la ciencia se la ve a veces desde afuera como algo infalible y concluyente ¿Qué prejuicios debe vencer un científico a la hora de encarar un experimento?
– Los científicos contamos lo que hacemos en términos profesionales y lo hacemos con el detalle suficiente como para que pueda ser replicado y comparado. A veces, claro, no da lo que esperábamos. Y acá entra en juego lo más importante: la ciencia no es linda ni flaca ni alta ni buena, pero los científicos somos personas, con todas las subjetividades y emociones dentro.
– ¿En qué medida la ciencia se rige por criterios próximos a una “moda”?
– Aunque podamos darnos un tinte de objetividad, las modas científicas rigen bastante los caminos a seguir, en el sentido de qué paradigma está vigente, qué va a ser mirado con más cariño en las revistas importantes, y así sucesivamente. Tenemos grandes oleadas de conocimiento, pero puertas adentro de cada disciplina siempre aparecen técnicas novedosas o caminos que se establecen como originales y hasta necesarios para avanzar.
– De hecho, se ha visto con algunos descubrimientos como la relatividad o la teoría de la evolución que a veces hay dos o tres científicos trabajando en un mismo hallazgo aunque después solo uno se lleva el crédito.
– Más allá de hallazgos que son realmente azarosos (la llamada “serendipia”), es difícil que hablemos de casualidades en la historia de la ciencia. Los conceptos, y las disciplinas en general, van madurando a partir de un chispazo inicial y de a poco los experimentos confluyen en una explicación general de algún fenómeno. No es nada extraño que se presenten hallazgos en paralelo: siempre hay alguien haciendo algo parecido a lo nuestro. Claro que siempre hay alguno que logra sintetizar todo ese conocimiento nuevo y lo interpreta a la luz de los resultados experimentales; así salen las nuevas teorías, siempre perfectibles, siempre colectivas.
– Las ciudades, en términos de innovación, no son muy distintas de lo que eran hacen 50 años. ¿Hubo exageración en los vaticinios que hablaban para esta época de una gama de posibilidades que hoy todavía no están vigentes?
– Las tecnologías exponenciales existen y está cambiando el mundo, no hay duda de eso. Quizá esa rapidez va a la par de nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios, a los cuales nos acostumbramos casi enseguida. Otra cuestión es que como sociedad en general no hayamos avanzado en resolver los problemas realmente estructurales de la humanidad, como la pobreza o que los beneficios de la salud y la educación no sean universales.
– ¿Se puede pensar que el surgimiento de una hipótesis científica puede ser tan antojadiza como el de un escritor cuando elabora una ficción?
– Es raro que una hipótesis sea antojadiza. Por otro lado, la buena ciencia ficción en general no rompe con el criterio de plausibilidad: no inventa mundos imposibles, sino que imagina derivaciones de este, nuestro mundo. Y hay otro género igualmente fascinante: el de la ciencia “en” ficción. Encontrar tramas ficcionales para narrar el universo científico puede ser un excelente vehículo para contagiar la pasión por entender el universo.
Télam.